“Esta era la vida.
Todo lo demás mentira. Monstrousa mentira la civilización, la falsa
y sórdida civilización de los mercaderes. Tan burda la mentira que
bastaba llenarse un momento los pulmones y el cerebro con la
atmósfera de un pedazo de campo, para que apareciera evidente.
Mentira los edificios grotescos con el guiño de los sangrientos
letreros luminosos. Mentira la superficie pulida de las calles.
Mentira los trenes veloces y trepidantes. Mentira las fábricas de
chimeneas humeantes, ensuciando día y noche los arrabales. Mentira
las máquinas brillantes, mostrando con impudicia sus entrañas de
acero. […] Mentira el juego estúpido de los ascensores, rebotando
incansables en la planta baja para subir hasta el 9º o 22º y volver
a caer … Mentira la lluvia metálica de las máquinas de escribir
en las oficinas. Mentira la multitud de las calles, de los campos de
deportes, de los hipódromos, de los teatros, de las manifestaciones
erizadas de estandartes, de los lentos paseos crepusculares por las
calles de moda. Toda una canallesca mentira, una farsa hábilmente
dirigida. Pionners, progreso,
cultura, directores, honestidad comercial, hombres austeros, mujeres
honestas... Río sin maldad ni odio, bajo la transparencia del cielo
redondo.
La
verdad estaba allí, en la naturaleza […] Limpia la cabeza, alegre
el corazón, cosquilleante la audacia en los testículos.”
Juan
Carlos Onetti, “Tiempo de abrazar”