“Miraba el brillo
grasiento de la baranda, y no podía rechazar la imagen de todas las
manos ─ágiles,cansadas, firmes, ásperas─ que se habían apoyado
en aquella lista de madera, dejándola un poco más pulida, un poco
más sucia. Los hombres del horario nocturno, gordos, sin afeitar,
haciendo crujir los escalones con sus gruesos zapatos. Las muchachas
del turno de la mañana, dientes blanquísimos, vestidos flotantes,
risas y carreras. Las manos ─blancas, velludas, oscuras, pequeñas,
venosas, húmedas─ corrían como arañas hacia arriba; ya trepando,
ya con rítmicos saltitos.”
Juan Carlos Onetti,
“Tiempo de abrazar”
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