"(...) Escucho el silencio,
busco en las sombras y abro la noche... llega la escritura animal, la
escritura mecánica, la orgía intempestiva de palabras sin sentido y sin ritmo, palabras saliendo de esta boca ansiosa y reseca, una boca
huérfana de silencios mal heridos, y de aullidos encerrados en el
claustro de una mirada demasiado beso, o de una noche demasiado
fuego, el fuego de un ardor que arde bien adentro, profundo y llanto, y que
arrastra el pulso constante de lo encerrado, de lo inútilmente reprimido,
porque en esta vida, y en esta herida, no hay volcán que se calle
para siempre, ni caricias que no muerdan lo que rozan, ni cuerpos que
contengan el deseo, cuando surge la piel que derriba los silencios, y
los labios - los tuyos - susurran lo indecible, y lo indecible es
penetrar en tu silencio, y en tu cuerpo, hasta sentir que tiemblas de
deseo, y te quiebras, y sabes que ya es muy tarde, y es inútil todo
intento de escapar, porque es un instinto del que siempre fuimos
presa, y es una marca, como esa herida, que es un anhelo tan fugaz
y tan ardiente, una explosión que revienta nuestros cuerpos, y ese
ardor que ahora es tan dulce, que ya nada lo contiene, y estalla
entonces en mil caricias, y son manos, y son labios, los que se meten
bien adentro, donde lo húmedo es el único alimento, y la mordida, y
el temblor que sacude nuestros cuerpos, cuerpos que miran hacia otro
lado, y se desentienden tibiamente de la jugada, y nos dejan luego así,
esclavos de los espasmos, y de las risas, y de los silencios que en
silencio sólo observan, el silencio de los cuerpos agotados. "
A.G.Leão, "EL Sueño de Lagarde"