"... poco a poco se había enamorado de su nueva vida de libertad e irresponsabilidad, y una vez que ocurrió eso, ya no había razón para detenerse...
La velocidad era la esencia, el goce de sentarse en el coche y lanzarse hacia adelante a través del espacio... nada de lo que merodeaba duraba mas de un momento, y puesto que un momento seguía a otro , era como si sólo él continuara existiendo. ÉL era el punto fijo en un torbellino de cambios, un cuerpo detenido en absoluta inmovilidad mientras el mundo se precipitaba a través de él y desaparecía...
Mientras conducía no llevaba ningún peso, ni la mas ligera partícula de su vida anterior le estorbaba...
Al cabo de tres o cuatro meses le bastaba con entrar al coche para sentir que se desprendía de su propio cuerpo, que una vez que ponía el pie en el pedal y empezaba a conducir, la música le transportaba a una esfera de ingravidez.
P.Auster, "La música del Azar"
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