"Pidieron dos cortados, (¡en jarrito,
por favor!), el de él muy cargado, el de ella no. Luego, como
siempre, él le obsequió a ella la espuma de su cortado. Tomaba el
utensillo, casi siempre de metal, por el lado del mango, e introducía
la pequeña cabeza cóncava del mismo en la espuma de la leche; un proceso que debía realizar antes de echarle el azúcar al café, o
ésta última reduciría notablemente el volumen de la espuma, y de su ofrenda de amor. Luego,
con un movimiento suave y circular, hacia abajo y hacia él,
siguiendo el contorno interior izquierdo del jarrito y manteniendo
todo el tiempo la concavidad de la cuchara hacia arriba, recogía la
mayor cantidad de espuma posible... y sin apartar la vista de la
pequeña y trepidante, blanca y café, aireada figura, se la ofrecía,
en regalo de amor, transportándola directamente hasta las puertas
mismas de sus labios expectantes y apoyándola con mucho cuidado sobre ese dulce altar redentor que él, luego, tanto disfrutaría al besar, o morder... al saborear de su boca, el intenso aroma
del café."
1 comentario:
¿y qué decir de esto?
amar debe ser compartir la espuma del café.
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