La imagen es la de una
figura simple, torpe e inconclusa, pero acabada. El símbolo de una pasión, tal vez, cercenada con furia varias ausencias atrás; pero que arde ahora con el peligro declarado
de una hoguera pérfida, eterna e infinita.
El trazo surge, en su
origen, esperanzado y hacia arriba. Hacia la inmensidad de un
horizonte cargado de cielos lejanos, inalcanzables pero posibles. Como un destello
de voluntad ineludible, o la curva tempestuosa de una proclama
urgente de amor desesperado.
Pero rápidamente, su vuelo de fe se ve interrumpido por algún obstáculo ladino que lo obliga a sucumbir, durante algunos sutiles instantes, hacia un abismo diáfano y nuevo; la "contra-cara" de todo aquello condenado a fracasar, ya por cobardía o por conveniencia... lo que suele ser lo mismo.
Pero rápidamente, su vuelo de fe se ve interrumpido por algún obstáculo ladino que lo obliga a sucumbir, durante algunos sutiles instantes, hacia un abismo diáfano y nuevo; la "contra-cara" de todo aquello condenado a fracasar, ya por cobardía o por conveniencia... lo que suele ser lo mismo.
Y es aquí donde comienza el trazo su caída fatal. Suavizada y armónica al principio, guiada tan solo por
el arrebatado empeño de una intención primitiva y lejana; esa angustiante, imperiosa y constante necesidad de “ella”.
Después de una noche
agitada, el día parece amanecer claro y esperanzador. Pero sobre la
montaña eterna el viento de la calamidad sopla fuerte esa mañana, y aviva el fuego sutil que domina el presagio; desestabiliza cualquier urgencia primera y destroza aquel trazo maldito, nacido con el pasado firme de toda incertidumbre bastarda y duradera<, trazo que se vuelve ahora tímido y entrecortado como un
tartamudeo fatal y último; o como el eco lejano de una angustia que ya
ha comenzado a superar su antiguo estado de presagio mortal y tierno.
Y es entonces, justo
antes de chocar contra los bajos fondos de ese abismo personal,
cuando la voluntad va menguando su fuerza inicial y la intención de
una voz salvadora se va extinguiendo débilmente hasta desaparecer por completo
en el limbo de una soledad (ahora) demasiado comprometida; a los pies de aquellas pobres almas desconocidas que (tal vez) nunca lleguen a compartir - ni
vislumbrar siquiera- la tenue, sutil, pero determinante intención de una frase
insinuada sutilmente justo ahí, en los anales de dos miradas que se
rozan al pasar, se muerden... y se pierden para siempre.