“El poema no es otra
cosa que un sueño
que se realiza en la
vigilia.
El despertar es casi
siempre
una desilusión”
T. Transtörmer
¿Es posible caer "enfermo de desilusión"? ¿Sufrir alguna patología asociada
a un desencanto por lo cotidiano? Releo ambas preguntas y me acuerdo de Weber y de sus
postulados filosóficos al respecto, de su famoso Disillusioned
Realism. Pienso en aquellos que sólo logran ser felices en sus propios
sueños; en la cama, mientras duermen, o durante el día, en esos
momentos en que desearían habitar en la piel de otros; situaciones
ambas por donde intentan evadirse del mundo que habitan, sin darse
cuenta que es posible cambiar la realidad que los rodea y les
transmite infelicidad, que no hace falta escapar de aquí, retirarse
a soñar, o cambiar de mundo, sino alterar la percepción que de
éste tenemos durante la vigilia, mientras estamos bien “despiertos”,
y de esta manera, cambiar el mundo en que vivimos.
─¿Cómo?─preguntarán muchos.
─¡Muy
fácil!─ responderán otros, si los primeros saben a quién
preguntar.
Sólo
es necesario, eso sí, cierto entrenamiento en el arte y el dominio de
los sentidos; portal por donde ingresa en nuestro espíritu todo
aquello que la realidad nos ofrece a diario, hasta lo más
insignificante o rutinario, y que encierra el verdadero potencial del
“sueño”, la materia de la cual están echos, ellos y nosotros;
(Shakespeare: We are such stuff as dreams are made).
Como
sentenció W. Blake, “If the doors of perception were cleansed
every thing would appear to man as it is, infinite” (Si las puertas
de la percepción fueran abiertas, cada cosa se le aparecería al
hombre tal cual es, infinita). Entonces, ¿por qué limitar y
desperdiciar esa capacidad de percepción que poseemos, esa
posibilidad de contemplar la realidad de manera “limpia”, tal
cual es?¿por qué practicarla sólo durante unos fugaces instantes
de nuestro día, o entregarnos a ella sólo en las noches, al
sumergirnos bajo las sábanas?
Debemos
ser consientes de esta capacidad de “soñar” despiertos, de
transformar la vigilia en el mundo de nuestros sueños; saber que es
posible llevarla a cabo en cada instante de nuestra humana y acotada
existencia, aniquilando así aquella desdicha que provoca el
desencanto de la realidad, esa desilusión que surge sólo cuando lo
que percibimos ─a través de nuestra mirada “ciega” o mal
entrenada o de nuestros sentidos adormecidos─ no se corresponde con
lo que soñamos y deseamos vivir.
Sólo
de la ilusión puede surgir la desilusión, dice un viejo proverbio
indio. R. Kiplyng matiza en su novela “Kim”: Todo deseo es
ilusión y una ligadura más que nos ata a la rueda.
Concluyendo;
no puede ser saludable para ningún espíritu humano vivir sumergido en una
amargura existencial, provocada por la eterna desilusión que suscita
la falta de concordancia entre los deseado, por un lado, y lo vivido
día a día, por el otro. Este desencanto puede ser darse,
principalmente, por dos motivos: por desear lo ilusorio, víctimas de
la manipulación de los deseos por parte los grandes “marketineros”
actuales (maestros en el arte de “inventar” deseos o
necesidades y, por lo tanto, conductas, obsesiones, y, en definitiva,
enfermedades), o por el desconocimiento de las posibilidades de
resolver esa sensación de vacío por medio del entrenamiento de
nuestras capacidades, de nuestros sentidos, para abrir las puertas de
nuestra percepción, dejando entrar la realidad tal cual es, íntegra
y total, Universal, e infinita.
Soñar
en la vigilia, sin la necesidad de escribir el poema; con sólo
sentirlo basta para disolver la angustia y el vacío. Extender lo
soñado hasta más allá de la vigilia, hasta rozar el límite mismo
del otro sueño, al borde de la cama. Ir transformando lentamente lo
cotidiano, la vida, en una fantasía maravillosa y larga, hasta que
llegue, sin darnos cuenta siquiera, de día (o en la noche), el instante
final del sueño eterno.
1 comentario:
me encanta tranströmer... sale bastante en mi blog, me parece un tipo sublime. de lo más.
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