miércoles, 4 de abril de 2012

" El cielo, con sus grietas; tan embravecido como el mar..."


La noche más cerrada que se pueda imaginar. Un hombre, pequeño y desnudo, de pie, al borde del acantilado. Bajo sus pies, el mar. “El” mar, descargando toda la cólera de los siglos, contra las oscuras rocas de allí abajo, sombrías e impasibles. Toda la negrura de la noche extendiéndose fatal, hasta morder el horizonte. Y allí, en el final, el cielo, con sus grietas; tan embravecido como el mar. Todo el enfado del universo cayendo con furia sobre la Tierra. El aire, terrorífico y mortal, colmado de truenos ensordecedores y mil relámpagos ardientes; como destellos de luz incandescente iluminando el último momento. Toda la pequeñez de su humanidad contenida en un aliento final. Lo sublime; la última explosión de adrenalina estallándole en la boca del estómago. El arrebato postrero de los Titanes recordándole al hombre la fragilidad de su hombría, su insignificancia, y su fugacidad. Y él, “el” hombre... admirando en silencio la fatídica función, con todo el orgullo en la venas de saberse el único espectador del espectáculo final de los dioses.

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