martes, 19 de julio de 2011

Otoño, y un final.

Tiempo para pensar, y decidir, o dejarse llevar. A través de la ventana de mi cuarto llegan ensayos de otro tiempo.
Una hoja vieja abandona el árbol, una mañana larga de otoño. Despreocupada en su destino, se entrega a esa brisa difusa, de ignorado trayecto final.
Un planeta lejano rompe su alineación por un segundo, y nuestra hoja queda imperceptiblemente, suspendida en el aire, con una única / última oportunidad de elegir un giro posterior.
Cansada ya de habitar durante un año en la misma perspectiva, improvisa un desvío arriesgado, y enfila su sendero fatal hacia un retoño adolescente, justo en la acera de enfrente.
La jugada es decisiva,
y no habrá salvación si el viaje acaba en suelo,
a mitad del camino.
Intenso es el tráfico en la ciudad,
y no perdona.
Un universo de frágiles nervaduras,
seco y quebradizo,
no es rival sobre el adoquinado,
a cincuenta kilómetros por hora.

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